Crónica de una calcomanía barata

Cuando salió de Mirapampa, lugar de la presentación barata, no supo qué hacer. Las recientes emociones y las imágenes de un enérgico recital, todavía frescas en su retina, no lo dejaban continuar. Pensándolo bien, al otro día tenía que ir a la facu y pensó que lo mejor sería descansar un poco para andar con pilas. Fue directo hacia el auto, que estaba estacionado frente a la vieja estación de trenes, y lo puso en marcha.
La noche de domingo era fría y, mientras aguardaba que el motor levantara temperatura, vinieron a su cabeza las sensaciones de lo que había vivido momentos antes. El show barato, lejos de ser uno más, lo había cautivado y no podía evitar verse a sí mismo cantando y tarareando las canciones que hacía un rato habían llenado el aire de Mirapampa.
Por esas cosas, un impulso quizá, sintió repentinas ganas de observar la calcomanía que había obtenido aquella noche como “trofeo” del recital. La sacó de la billetera y contempló, no sin placer, la tipografía y las formas del calco para luego pensar en dónde podía pegarlo. Entonces fue que se propuso escoger un buen lugar mientras conducía a su casa.
Daba vueltas a la cuestión y así desfilaron entre sus pensamientos distintas alternativas: una remera, un bolso, el parabrisa del automóvil, una vieja guitarra desafinada, entre otros lugares para pegarlo. Aunque todavía no lograba ponerse de acuerdo, tenía la certeza de que antes de llegar a su hogar el calco ya tendría destino. Y así fue.
A poco del final del viaje, tuvo la idea definida en su cabeza y ni bien hubo entrado en su casa, fue a buscar el bolso en el que había pensado. En poco tiempo preparó todo: una regla para calcular el centro y, por supuesto, el bolso y la calcomanía.
Al otro día, salió a la calle. Caminó orgulloso de lucir, a partir de entonces, un bolso nuevo, un bolso barato.